Tenía el pelo blanco como la nieve, recogido a modo de ensaimada, su vestido narraba episodios de soledad, y sus arrugas tristeza desgastada en rincones donde nadie la veía.
Su caminar pausado, hacía que se hiciera notar y cuando entraba era inevitable alzar la mirada y seguirla hasta que relajada, se sentaba.
Durante todo el curso 2009 acudía a su cita, todos los mediodías, comía en la misma mesa, sin apenas alzar la mirada, siempre un menú, y se marchaba.
Un día no acudió al almuerzo, y ya no volvió.
Nunca la escuché hablar, ni tampoco la vi sonreir, ni siquiera acompañada. Despertaba en mi mucha tristeza y fantaseaba sobre cómo habría sido de joven. Emprendedora y valiente eran las dos palabras que me invitaban a definirla.
Casi dos años después, la vi tras esta ventana y esa extraña me hizo sentir aliviada, supe que estaba bien.
No la he vuelto a ver... ¿qué será de ella?
Lo que me fascina de esta historia, es cómo un desconocido puede hacerse recordar, creo que era su fuerza interior; esa que no hace falta verla, simplemente se siente.
Y me doy cuenta de lo irónica que es la vida, posiblemente esa mujer estuviera sola en el mundo, su rostro lo decía; y sin embargo, aquí estoy yo mencionandola, dedicándole un espacio en mi blog y ella sin enterarse de nada...
Es verdad, y las veces que hemos pasado despues por esa ventana y nos hemos preguntado por ella, es extraño como una persona a la que no conoces da nada entra a formar parte cotidiana de tu vida hasta el punto de que puedes llegar a echarla de menos, a mirar aquella mesa donde se sentaba o la ventana por la que fugazmente aparecio y no poder evitar sentir cierta añoranza, esto me lleva a pensar que somos mejores personas de lo que parecemos, quiza si merezca la pena seguir luchando dia a dia, al fin y al cabo puede que dentro de 50 años haya alguien a quien le suceda con nosotros lo mismo que a nosotros con esta señora, y eso me alivia.
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